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        se trata de ninguna asociación arbitraria. Ni mucho menos de falta 
        de respeto ante la muerte. Simplemente sucedió que la novela „El 
        Código Da Vinci“, censurada por el Vaticano, que tantas veces 
        ví venderse en las calles del centro o en Irarrazabal, pasado Pedro 
        de Valdivia, llegó a mis manos y la leí mientras agonizaba 
        y finalmente moría Juan Pablo II.La novela nunca me interesó. Otra persona la compró, la 
        leyó y la trajo a mi casa. Y no me había atraído 
        porque los libros piratas se editan ciento por ciento en función 
        del mercado. Y el mercado está relacionado con las eficiencias 
        de la propaganda. Y creo que vende, en muchos casos, lo que está 
        de moda. Y la moda no siempre es calidad.
 La novela llegó a mi casa a fines de diciembre y estuvo apoyada 
        a un costado del televisor.
 Durante ese tiempo suspendí, con pesar, la lectura de „2666“, 
        de Roberto Bolaño, por razones de intensidad de trabajo. Y de pronto 
        hace dos o tres días, por un impulso inconsciente, interrumpí 
        también la lectura de „Memorias de mis putas tristes“. 
        Lo reemplacé por El Código Da Vinci que terminé de 
        leer hoy, domingo, entre las 9 y las 10 bajo sol primavera. Y esta manana 
        el principal titular del diario fue que el Papa había muerto anoche, 
        sábado 2, a las 21.37. Una noticia de un hecho que se esperaba, 
        tanto que el diario traía un cuerpo especial con muchas informaciones 
        sobre la actividad desplegada por el Papa desde 1978.
 Y recordé, con estupor, que una de las últimas actividades 
        del Vaticano bajo Juan Pablo II, a mediados de marzo, había sido 
        la ácida censura de la novela „El Código da Vinci“.
 La novela de Brown 
        la leí de un tirón. Pocas obras literarias logran el ritmo, 
        el interés ascendente de esta novela. Incluso a veces dan ganas 
        de saltarse páginas para enterarse de que ha sucedido con tal o 
        cual proceso en el que están envueltos los personajes.Así me sucedió con tres cuartas partes de la novela. La 
        trama, el perfil de los protagonistas, el desarrollo de las acciones en 
        un tema de enorme interés. Excelente. Manufacturada para ser bestseller, 
        afirmaron los críticos del Vaticano.
 La veracidad de las descripciones de las obras de arte, de los edificios, 
        de los documentos y de los rituales secretos, subrayadas por el autor, 
        dan al conjunto de la novela una fuerza increíble.
 Sin embargo, se desmorona exactamente en la página 497 cuando se 
        descubre al organizador de todos los sucesos. Derriba el principio de 
        la autenticidad. Deja de ser novela y pasa a ser novelón. El autor 
        retrocede en todo lo que afirmaba sobre la Iglesia y sobre el Opus Dei.
 Una novela, una ficcion o fantasía, como se quiera, debe tener 
        una coherencia en relación a la veracidad de lo „falso“ 
        que se cuenta. Ese principio es el que sentí caer esta manana y 
        de una excelente novela. Lamentable.
 ¿Qué hizo cambiar de opinión al autor? ¿El 
        miedo sobre lo que escribió?. ¿Temor ante los poderes de 
        la Iglesia?
 Entretanto muchos 
        han llorado la muerte del Papa. Condolezza Rice ha dicho que representaba una gran fuerza moral. No dijo 
        que el enviado del Papa antes de la guerra de Irak fue desconsiderado. 
        ¡Cuanta moda en la hipocrecía! ¡Cuántas lágrimas 
        de cocodrilo! ¡Cuanto cinismo en la política! Sobre todo. 
        ¡Qué ternura en la declaración de Berlusconi! ¡Como 
        se vistieron de negro en el velatorio el presidente Bush y su señora!.
 Sigamos.
 ¿Por qué 
        el Código Da Vinci desató las iras del Papa y del Vaticano? 
        La novela cuenta la búsqueda del Santo Grial. El Grial mismo es 
        un secreto. Lo protege una organización también secreta. 
        El Prioriato de Sión.Se afirma que Leonardo da Vinci conocía el enigma que esconde el 
        Grial. En varias de sus obras, mencionadas en la novela, dejó claves. 
        Una de ellas es „La última cena“. Allí, para 
        un observador especializado no hay 13 apostoles. La persona que está 
        a la derecha de Jesús no es Pedro. La imagen muestra un aspecto 
        puro, un rostro discreto, una larga y hermosa cabellera rojiza, manos 
        delicadas entrelazadas y la curva de... unos senos.
 No es Pedro, es María Magdalena. La esposa de Jesús. A ella 
        él le encarga fundar la iglesia, pues él ya sabe que morirá. 
        Pedro se inclina amenador ante María Magdalena. Le pone una mano 
        en el cuello como si cuchilla fuese. En el grupo emerge una mano. Esa 
        mano anónima sujeta una daga.
 En la novela Magdalena no es prostituta. Se afirma que fue difamada por 
        la Iglesia para ocultar su rol. La Iglesia necesitaba que Jesús 
        fuera un ser divino, por tanto era una exigencia omitir, borrar todos 
        sus aspectos terrenales. El problema para la Iglesia se llamaba Magdalena, 
        pareja de Jesús, quien, además, cuando éste es crucificado, 
        espera una hija.
 Esta es la esencia de la novela. El Prioriato de Sion mantiene la documentación 
        secreta. Un obispo del Opus Dei quiere apropiársela para obtener 
        mayor poder en la jerarquía Vaticana.
 También el autor de la novela dice que la divinidad de Cristo fue 
        aceptada mas bien bajo Constantino, en una estrecha votación realizada 
        por los obispos.
 El 15 de marzo próximo 
        pasado el cardenal arzobispo de Génova, Tarcisio Bertone, llamó 
        a los fieles a que no la compren, no la lean. Dijo que „El Código 
        Da Vinci“ era un castillo de mentiras, que era una „obliteración“ 
        de la representación femenina de los evangelios y que negaba la 
        muerte y resurrección de Cristo.El arzobispo de Chicago, el cardenal Francis George, también la 
        censuró. Dos especialistas editaron un libro contra la novela. 
        Otros dijeron que era una obra de izquierda, una herejía, un femenismo 
        extremista, etc.
 Todos los atacantes olvidaron o fingieron olvido frente a una actividad 
        realizada por el Papa, Juan Pablo II.
 Recordemos: 12 de marzo del 2000. Altar de la Basílica de San Pedro. 
        Ese día el Papa pidió perdón a Dios por los pecados 
        de la Iglesia, por la violencia, persecución y errores de la iglesia. 
        Fueron 7 peticiones de perdón, y 5 promesas de Nunca más.
 Los afectados por los crímenes de la iglesia fueron herejes, judíos, 
        gitanos, mujeres y los pueblos de culturas originarias.
 Las mujeres fueron demasiadas veces humilladas y marginalizadas, se inmolaron 
        los derechos de los pueblos y grupos étnicos, despreciando sus 
        culturas y tradiciones religiosas.
 Mucho más dijo el Papa en el documento „Memoria y reconciliación. 
        La Iglesia y las culpas del pasado“.
 Más aún: el Papa formó una comisión que investigó 
        a la Inquisición. Las intervenciones de este simposio fueron publicadas 
        el año pasado: 783 páginas.
 En relación a las mujeres se afirma que en Francia se quemaron 
        4 mil brujas, en Polonia-Lituania, 10 mil; en Alemania, 25 mil, etc.
 La mayor dificultad es que en los documentos se habla del pasado, como 
        si todas esas situaciones hubieran sido superadas en la realidad. Ese 
        enfoque es falso. Los pueblos aborígenes sufren la marginalidad 
        y la pobreza, las mujeres siguen discriminadas. La prohibición 
        del uso del condón produce innumerables muertes por Sida. Son seres 
        humanos que podrían salvarse. Las religiosas siguen siendo en la 
        iglesia personajes de segunda clase.
 Esta política de discriminación es la base de la fuerza 
        que tiene el argumento de la novela El Código Da Vinci. Pues el 
        secreto consiste precisamente en la simbología femenina, encarnada 
        por María Magdalena, condenada a ser prostituta, que es „mala 
        en su propia naturaleza“, como se afirma en documentos eclesiásticos.
 Sigamos: los franciscanos, 
        por su historia, son particularmente culpables de los llamados pecados 
        de la Iglesia, si pienso, por ejemplo, en las culturas originarias de 
        América Latina. Ningún historiador decente puede no horrorizarse ante la actividad 
        de este grupo y la de muchos religiosos en el período aludido por 
        el Papa en su Mea Culpa. Jamás podré no asociar las llamas 
        de los códices mayas con los libros que quemaban los militares 
        de Pinochet en Chile. O los nazis.
 Quizás el teólogo brasileno, Leonardo Boff, pensó 
        en esa historia inicua en América Latina cuando asumió el 
        rol de ser uno de los constructores de la Teologia de la Liberación. 
        Muchos partidarios de la iglesia de los pobres pueden haber considerado 
        la reparación como un deber moral.
 Quizás. En todo caso para el Vaticano, bajo Juan Pablo II, no hubo 
        miramientos. Leonardo Boff fue llamado ante el Aduanero de la Fe y las 
        Ideas, el cardenal Joseph Ratzinger. Boff fue condenado por pensar y escribir.
 No sólo él. También los teologos Juan José 
        Tamayo, Hans Küng... Durante el período del Papa Juan Pablo 
        II fueron censurados o excomulgados más de 500 teólogos, 
        dicen los especialistas.
 „Dominus Iesus“ o „Señor Jesús“ 
        raya la cancha. La Iglesia Católica es la Iglesia de Cristo. La 
        única. El cardenal, Joseph Ratzinger, que ocupa los mismos aposentos 
        de la Inquisición, continüa su labor.
 El teólogo brasileño, Leonardo Boff, escribe:
 „Los hechos 
        objetivos siempre vienen revestidos de los sentimientos de quienes los 
        viven. ¿Cómo sentí yo mi proceso en la ex-Inquisición 
        de Roma en 1984?„Puntualmente, a las 9.00, hora oficial del Vaticano, vinieron a 
        buscarme. Antes de poder despedirme de mi Superior, me agarraron y me 
        metieron dentro del coche, que asalió disparado hacia el Vaticano, 
        cerca de allí. Me sentí como alguien secuestrado por las 
        „brigate rosse“.
 „Una escolta de guardias suizos me condujo al ascensor. En el piso 
        de arriba, me esperaban otros dos guardias con el Cardenal Inquisidor, 
        Joseph Ratzinger vestido con sus ropas de cardenal y yo con mi simple 
        hábito. Le saludé en bávaro para aligerar la tensión. 
        Inmediamente me condujeron a través de un salón de unos 
        cien metros de largo, completamente alfombrado, con paredes repletas de 
        cuadros renacentistas. Al final, una pequenísima puerta, mal podía 
        pasar por ella, y una sala rodeada de libros con un minúsculo podio 
        donde se sientan inquisidor y inquirido. Abajo, el notario anota todo. 
        Sin dilaciones, se comienza el trabajo. Yo corto al cardenal y le digo: 
        Sr Cardenal, en mi país somos aún cristianos; en cosas serias 
        invocamos a Dios. Ante lo cual el cardenal, sorprendido, inicia ritualmente 
        la recitación del Veni Sancte Spiritus. Para una visión 
        jurídica de la Iglesia, Dios realmente sobra“.
 La historia es conocida. 
        Boff fue condenado. La teología de la liberación sufrió 
        un rudo golpe. No fue la única. El ecumenismo y las relaciones 
        con los representantes de las demás religiones fueron afectadas. 
        Sólo el que no quiere ver no ve el retroceso de la Iglesia católica 
        bajo Juan Pablo II. Y Ratzinger sigue determinando en la elección 
        del Papa. El conservadurismo vive tiempos de gloria.En todo caso, muchos de los mil millones de cristianos seguramente esperan 
        un Papa que contribuya al menos en ser más determinante para evitar 
        las guerras, tener más eficacia ante los que sufren el hambre y 
        la pobreza y contribuir a salvar el planeta de la voracidad de los salvajes 
        de cuello y corbata, sí, el capitalismo salvaje.
 Miguel 
        Gómez S8 de abril, 2005
 Por sus hechos los 
        conoceréis.   |